sábado, 31 de diciembre de 2011

¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO, 2012!!!


UN NUEVO AÑO LLEVA, Y EN ESTAS FECHAS REFLEXIONAMOS SOBRE TODO LO OCURRIDO EN ESTE AÑO QUE SE ACABA, PUEDE QUE HAYA SIDO MUY FELIZ O TAL VEZ NO TANTO,,,, PERO LLEGADO ESTE MOMENTO RECORDAD LAS COSAS AGRADABLES Y BORRAD LAS DESAGRADABLES.



QUIERO DARLE LAS GRACIAS A TODAS ESAS PERSONAS QUE VISITAN ESTE BLOG, QUE GASTAN PARTE DE SU TIEMPO EN VISITAR ESTE RINCÓN, SON TOD@S USTEDES GENIALES. ¡¡¡MUCHAS GRACIAS!!!

QUE EN EL AÑO NUEVO TODO SEAN ALEGRIAS Y NINGUNA PENA.

¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!

viernes, 30 de diciembre de 2011

AÑO NUEVO, DE LOS HERMANOS QUINTERO.


De su ventana, tras el verde herraje,
entre flores de invierno prisionera,
una mujer, humana primavera,
teje, soñando, delicado encaje.

Sus manos, palomitas sin plumaje,
hacen labor paciente y duradera,
y su alma, mariposa volandera,
libre va de un paraje a otro paraje.

Se lleva un año muertas ilusiones:
ni amor de novio, ni amistad de amigo...
¿Dónde están los amantes corazones?

Y entristecida, y sola, y sin testigo,
piensa, al calor de ocultas emociones:
'¡Ven, Año Nuevo! ¡Y el amor contigo!'

jueves, 29 de diciembre de 2011

LA FUENTE DE SANGRE, DE CHARLES BAUDELAIRE.


Creo sentir, a veces que mi sangre en torrentes
huye de mi, en sollozos, como una fuente.
Oigo perfectamente su lamento penoso,
pero en vano me palpo para encontrar la herida.

Corre como si fuera regando un descampado,
y en curiosos islotes convierte el empedrado,
apagando la sed que hay en toda criatura
y bañando de rojo la palidez de Natura.

A menudo, también del vino he demandado
que aplaque por un día mi terror. ¡Pero el vino
torna el mirar más claro y el oído más fino!

Tampoco en el amor el olvido he encontrado:
ha sido para mí un lecho de alfileres,
hecho para saciar la sed de las mujeres.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

TIERRA DE HADAS, DE EDGAR ALLAN POE.


Oscuros valles y tenebrosos pantanos,
sombríos bosques,
cuyas formas no podemos adivinar,
al impedirlo las lágrimas que caen por todas partes.
Enormes lunas que surgen y desaparecen
una vez, y otra, y otra,
a cada momento en la noche
-siempre cambiamdo de lugar-
oscureciendo los rayos del lucero
con el aliento de sus pálidos rostros.
Alrededor de las doce por el reloj lunar
una más nebulosa que las demás
(en un juicio,
decidieron que era la mejor)
desciende -abajo, más abajo-
con su centro sobre la corona
de la cumbre de una montaña,
mientras que su amplia circunferencia
de flotantes vestiduras cae
sobre aldeas, sobre pórticos,
dondequiera que estén
-sobre los lejanos bosques, sobre el mar-
sobre los espíritus alados,
sobre las cosas adormecidas,
y las envuelve completamente
en un laberinto de luz,
y entonces, ¡qué profunda! ¡oh, profunda!
es la pasión de su sueño.

martes, 27 de diciembre de 2011

LA BRUMA NOCTURNA, DE ALEXANDER BLOK.


La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano,
pero de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.

lunes, 26 de diciembre de 2011

UNA NUEVA VIDA. 20ª Parte: Una Gran Noticia.



Como todos los años por esta fecha, solía salir a caballo para ir a cierto lugar durante la noche. Lucero Negro ya estaba preparado para ser montado y con una manta en sus alforjas, yo guardé en estas una botella de vino blanco y un par de copas, y por supuesto un sacacorchos, como era mi costumbre. Pero antes de partir me acerqué a los rosales del jardín y corté las dos rosas más bellas y hermosas que en ellos crecían, los rosales fueron sembrados para este motivo y el jardinero de la Hacienda hacía un buen trabajo cuidándolos al igual que todo el jardín. Con una preciosa rosa roja y una hermosa rosa negra en las manos me encaminé en busca de mi montura, junto a Lucero Negro pude contemplar una figura femenina que portaba algo en sus brazos, cuando estuve lo suficientemente cerca pude comprobar que la persona que me esperaba junto al caballo era María.
- Buenas noches.- saludé al estar junto a ella.- Os hacía ya en vuestros aposentos descansando.
- ¿Así, que esta noche la pasaréis fuera?- me preguntó.
- Lo más seguro.- respondí.- En menos de una hora será el cumpleaños de Ella.
- Es tan bonito esto que hacéis por su cumpleaños, todos los años.- suspiró María.
- Gracias, os agradezco vuestras palabras.- le dije sonriéndole.
- Os he traído una manta.- me dijo haciéndome entrega de esta.- Durante la noche refresca mucho.
- Siempre preocupada por los demás.- le agradecí cogiéndola.
- No, si solo lo hago para que no os acatarréis ahora que esta apunto de empezar el nuevo curso.- señaló María alzando una de sus cejas.- No quisiera tener que encargarme yo de todo si vos estáis enfermo.
- ¿Con que vuestra preocupación es tan solo por cuestiones egoístas?- la miré sonriente.
- Pues claro.- remarcó burlona.- ¿Pensabáis que me preocupaba por vos?
- La verdad es que así lo pensaba.- le respondí.
- Jajajajaja..., no seáis necio.- se divertía María.
- Muchas gracias María, siempre tan amable.- le cogí su mano y se la besé antes de montar a Lucero Negro.
- No entiendo como os gusta visitar el cementerio a estas horas.- comentó María.
- Quiero estar allí para las doce de la noche, justo cuando empieza el día de su cumpleaños.- le expliqué.- Además a estas horas no hay nadie más por los alrededores, de esta manera nadie me molestará.
- Id con cuidado, y abrigáos con la manta si refresca la noche.- me aconsejó María.
- Perded cuidado, lo haré.- le dije a María.- Ahora regresad a vuestra alcoba junto a vuestro esposo antes de que empiece a preocuparse.
- Creo que tenéis razón.- María acarició mi caballo en el cuello y le dijo al oído.- Lucero, cuidalo bien. Y el caballo le respondió con un relincho.
- Que tengáis dulces sueños, María.- le deseé.
- Y vos una grata velada.- me dijo mientras caminaba hacia la casa.
Una vez que María entró en la casa emprendí camino hacía el cementerio, cabalgué por la zona de los viñedos de la Hacienda, recorrí las oscuras y solitarias calles de la Villa hasta llegar al Campo Santo. Dejé la montura atada en la entrada del cementerio, antes de entrar dentro recogí las mantas, las dos rosas, la botella de vino, las copas y el sacacorchos, y con estos objetos me encaminé hacía la tumba de Ella. Justo al llegar junto a la su tumba el campanario de la iglesia de la Villa daba las doce campanadas que anunciaba el inicio de un nuevo día, volvía a ser su cumpleaños.
- Volvéis a estar aquí un año más por mi cumpleaños.- Ella apareció bella, hermosa y radiante ante mis ojos.
- Ya me conocéis, soy una persona de costumbres.- le dije mientras extendía una manta en el suelo y le ofrecía mi mano para ayudarla a sentarse en el suelo.
Yo me senté a su lado y le hice entrega de las dos rosas, lo que Ella me agradeció con un abrazo y un apasionado beso. Después descorché la botella de vino y vertí parte de su contenido en las dos copas, ofreciéndole una de estas copas a Ella.
- ¡Feliz Cumpleaños, Ángel Mio!- la felicité alzando mi copa.
- Vos sois mi mejor regalo.- respondió Ella chocando ligeramente su copa con la mía.
Acto seguido ambos bebimos unos sorbos de vino, Ella se recostó sobre mi pecho y como empezaba a hacer algo de frío, con la manta que me había ofrecido María cubrí nuestros cuerpos que yacían junto a la tumba.
- He estado meditando sobre nuestra conversación de la noche pasada.- le comenté.
- ¿Os referís a lo que hablemos sobre mi familia?- preguntó levantando la cabeza.
- A eso mismo me refiero.- le dije.
- Yo he elegido estar con vos y no hay nada que hacer.- señaló algo triste.
- Sé que no podéis presentaros ante vuestra familia del mismo modo que lo hacéis ante mí.- exclamé.
- Solo puedo hacerlo ante vos, y no me arrepiento.- me dijo mirándome a los ojos, pero se veían tristes sus dulces ojos.
- Pero si lo hicierais de otra manera, puede que si estuviese permitido.- le informé.
- No os entiendo, explicáos, ¿en que estáis pensando?- preguntó algo alterada.
- He estado pensando en aquel fantástico sueño, el sueño de nuestra boda, vos os introdujisteis en mis sueños.- le dije.
- Lo recuerdo, muy bien, fue algo maravilloso.- comentó algo más sonriente.
- Podríais visitar a vuestra Madre en sus sueños, como en aquella ocasión hicisteis conmigo.- le expliqué.
- Creo que podría funcionar, y no estaría incumpliendo las reglas.- dijo.
- Funcionará Amor mio, tiene que funcionar.- le animé, lo deseaba tanto, solo quería su felicidad, verla sonreír siempre.
Ella volvió a apoyar su cabeza sobre mi pecho, y durante unos minutos estuvo meditando nuestra conversación
- Adoro el delicado perfume de vuestros cabellos.- le dije mientras acariciaba su oscura melena.
- Y a mí me encanta el potente latido de vuestro corazón.- replicó apoyando su oído sobre mi corazón.
- Parece que los años no pasa por vos.- señalé.- Estáis totalmente igual que hace años.
- Esa es una de las ventajas de no estar entre los vivos.- me dijo Ella.
Esas palabras me hicieron sentir algo apenado, el tiempo se había detenido para Ella pero para mí continuaba su incesante camino.
- ¿Me seguiréis amando dentro de unos años cuando mis cabellos se vuelvan blancos y mi rostro se arrugue por el paso de los años?- pregunté algo serio.
Ella levantó la cabeza, clavó sus verdes ojos en los mios y acariciándome la mejilla, me respondió:
- Todo lo que siento por vos no cambiará nunca, aún cuando seáis un anciano con bastón os seguiré amando. Os amaré por toda la eternidad. Vos me salvasteis y por vos estoy aquí.
Era indescriptible el gozo que sentí al escuchar estas palabras, la abracé fuertemente contra mi pecho y solté un suspiro de alivio.
- Si mil vidas consiguiera vivir, sabed que en cada una de esas mil vidas solo podría amaros a vos, solo a vos por siempre, hasta el final de los tiempos. Mi corazón es vuestro.- le declaré.- Vos sois mi única razón de vivir, mi única dueña, la dueña de este corazón que late en mi pecho.
- Es por cosas como estas que me decís que os amo tanto, sois lo más maravilloso que me ha pasado nunca.- me dijo.
Nos besamos apasionadamente e hicimos el amor bajo la luz de las estrellas, y de las luciérnagas que revoloteaban por los alrededores, pues el rió corría a escasos metros del cementerio, y estas solían volar entre las tumbas, lo que asustaba a muchos lugareños, ya que pensaban que eran los espíritus de los difuntos que salían de sus sepulturas algunas noches. Tras disfrutar de la compañía de Ella me quedé dormido allí junto a su tumba, pasé la noche en el cementerio.
A la mañana siguiente cuando ya el sol había salido de su descanso nocturno, algo..., mejor dicho alguien me despertó de mi sueño reparador.
- ¡Buenos días, cariño!- me saludaron.
- ¡Buenos días!- respondí sin saber quien me despertaba, aun estaba adormilado, me puse en pie y me desperecé estirando un poco mis músculos.
- Puedo ver que habéis vuelto a pasar la noche en el cementerio.- me dijo esa persona.
- ¡Mi Señora!- le saludé haciéndole un reverencia a la Madre de Ella.- Es su cumpleaños y tenía que venir a darle mis felicitaciones.
- ¡Feliz Cumpleaños, Hija Mía!- dijo depositando un ramo de rosas rojas y blancas sobre la tumba de su hija, junto a las dos rosas que yo dejé durante la noche, y después se giró hacia mí.- Sois maravilloso, gracias por todo ese cariño que demostráis por mi querida hija.- en sus ojos empezaron a asomar unas lágrimas.
- No hay nada que agradecer.- le repliqué acercándome y abrazándola.- No os pongáis triste, alegrad vuestro rostro.
- No, no estoy triste.- me dijo.- Estoy tan feliz, son lágrimas de felicidad.
- Eso me parece mucho mejor, no perdáis vuestra sonrisa.- le dije a la vez que le regalé una gran sonrisa.
- Quisiera comentaros un sueño que he tenido durante la noche.- me comentó.- He soñado con mi hija.
- ¡Eso me parece estupendo!- al parecer Ella había conseguido visitar a su Madre en sus sueños, y eso me alegraba mucho, me alegraba por las dos.
- Ella se me apareció en mis sueños y tuvimos una larga y agradable charla.- me informó.
- Por favor contadme, más.- le pedí entusiasmado.- ¡Bueno, si deseáis contármelo!
- ¡Claro que quiero contaros!- me dijo la dama sonriéndome.- Me contó mi hija que se encontraba bien, que era feliz donde estaba, siempre rodeada de una cálida felicidad, mucho más feliz de lo que lo había sido en vida, inmensamente feliz. Nunca la había visto tan radiante ni tan hermosa, irradiaba felicidad por todos los poros de su piel. Me pidió que no me sintiera triste por su ausencia, que debía ser feliz, por mí y por todos mis seres queridos. Estuvimos dialogando sobre la familia, sobre su hermano y su esposa, y sobre su sobrina que tanto se le parecía. También estuvimos hablando de vos.
- ¿De mí?- pregunté extrañado y curioso a la vez.
- Me pidió que cuidara de vos.- continuó.- Me dijo que os encontraría aquí dormido junto a su tumba, y no estaba equivocada.
- Se diría que ese sueño vuestro os ha sentado muy bien.- señalé.- Parecéis muy feliz.
- Realmente es así como me siento.- replicó.- Me siento feliz.
- Me alegro mucho por vos, merecéis ser feliz siempre.- le dije.
- Muchas gracias, Cariño, se que lo dices de corazón.- me agradeció la gentil Dama.
Recogí todos los bártulos que había en el suelo y ofreciéndole mi brazo le pregunté:
- ¿Nos volvemos para casa?
- Muy bien, Caballero.- me dijo abrazándose a mi brazo.- Regresemos a casa.
Juntos caminábamos hacía la salida del campo santo, después de ayudarla a subir en su calesa, cabalgué junto a su vehículo hasta que nuestros caminos se separaron, no sin antes invitarme a cenar esa misma noche en su casa, por supuesto la invitación incluía a Carlos, a Juan y a María. Naturalmente acepté esta invitación de cenar en la casa donde había vivido Ella.
La idea de cenar le pareció muy bien a los demás invitados, y así fue como a última hora de la tarde salimos para la Mansión que la familia de Ella poseía muy cercana a nuestra Hacienda, donde residían la Madre de Ella y su joven sobrina Annabella.
Nuestras bellas anfitrionas nos recibieron en la misma entrada de la casa, muy amablemente nos hicieron pasar dentro. Para Carlos y María era la primera vez que visitaban esta casa, para Juan y para mí no era un lugar desconocido. María y Carlos observaban todos los detalles de la casa, mirando para todos lados, observando los muebles, las lámparas, lo cuadros que colgaban de la pared, todo..., lo observaban todo.
Para mí fue algo raro, hacía años que no visitaba esta Mansión, desde pocos días tras la muerte de Ella, muchos bellos recuerdos se agolpaban en mi cabeza, y tenía la sensación que Ella bajaría las escaleras o aparecería atravesando alguna puerta, para venir a saludarme, dándome un abrazo como solía hacer siempre que la visitaba en su casa. Como si lo vivido en estos últimos sueños hubiese sido tan solo un sueño.
- ¿Os encontráis bien, Querido?- La Madre de Ella me despertó y me regresó al mundo real, me había quedado en mitad de la entrada totalmente quieto.
- Si, me siento muy bien.- le respondí.- Tenía la mente perdida en mis recuerdos.
- ¿Buenos recuerdos?- preguntó Annabella.
- Los mejores y más bellos recuerdos.- le contesté a la joven dama con una sonrisa, ver a Annabella hacía que mis recuerdos fueran más una realidad, que eso..., unos recuerdos.
- Sigamos hacia el comedor, la cena está servida.- sugirió la Madre de Ella.
- Tenéis una casa muy grande y es preciosa.- comentó María.
- Gracias por vuestros comentarios.- agradeció nuestra anfitriona.- Realmente es muy grande, y es agradable tener invitados. Solo vivimos aquí mi nieta y yo, con algunos miembros de la servidumbre, en ocasiones parece más grande de lo que es.
En cuestión de muy poco tiempo llegamos hasta el comedor y nos acomodamos a la mesa, la Madre de Ella se sentó en la cabecera de la mesa, a su derecha estaba sentado yo, a mi diestra se sentó María y a continuación Juan, a la izquierda de la anfitriona, justo enfrente de mí, estaba sentada su nieta Annabella, y a su lado estaba mi hijo Carlos, los dos jóvenes amigos quisieron estar juntos. En la mesa podíamos ver deliciosos manjares como faisán con verduras, cordero asado, sopa de verduras, truchas y gran variedad de frutas y postres caseros.
La cena transcurrió agradablemente entre charlas y risas, fue una cena muy divertida y todos parecíamos divertirnos bastante. Una vez todos saciados le agradecí a la Madre de Ella.
- ¡Gracias por una cena formidable! Todo estaba delicioso.
- Gracias a vosotros por asistir.- comentó.- Pero parece que a María no le ha gustado mucho, no a probado el cordero, ni el faisán.
- No, no, disculpadme.- se lamentó María.- Es que no suelo comer carne, pero todo lo demás estaba delicioso, unos platos dignos del paladar de un rey.
- Mi esposa es vegetariana.- señaló Juan.
- ¿Es cierto?, querida. Nunca os he visto comer carne. Quizás debimos haber preparado algún plato especial para vos.- dijo la Madre de Ella.
- No os preocupéis por ello.- dijo María.- Pero si he comido muy bien.
- Es que María tiene unos gustos un poco raritos.- comentó Carlos riéndose, lo que hizo que Annabella riera también.- Pero la cena estaba riquísima.
- Me alegra mucho que hayan disfrutado de esta cena.- comentó la Madre de Ella.- Como sabéis hoy es el cumpleaños de mi difunta hija.
- Él nunca dejaría que olvidáramos una cosa así.- dijo María observándome a mí.
- Siempre os habéis acordado de su cumpleaños.- me dijo la Dama.
- Como olvidar esta fecha.- comenté.- Es una fecha muy especial.
- Para mí esta fecha era motivo de tristeza y dolor, pues el no tenerla a Ella en su cumpleaños es muy doloroso...- empezó a decir la anfitriona muy seria.
- ¿Abuela os encontráis bien?- le preguntó Annabella.
- Tranquila cielo, estoy bien.- le dijo a su nieta cogiéndola de la mano y sonriéndole.- Antes esta fecha era dolorosa para mí, pero a dejado de serlo, sé que allá donde esté mi hija se encuentra bien y es feliz. Y he querido celebrar esta fecha rodeándome de gente querida para mí, y así devolver algo de alegría a esta casa.- remarcó la Madre de Ella, y con su mano derecha que la tenía libre cogió mi mano izquierda.- ¡Gracias por venir esta noche, amigos mios!
- Ha sido todo un placer y un gran honor.- le dije depositando un beso en su mano. Todos mirábamos a la Dama sonriéndole.
- Hoy me siento muy feliz.- dijo la Madre de Ella.- Y quería compartir esta alegría con mis amigos.
Tras la agradable cena, la pequeña Annabella quiso deleitarnos con unas piezas interpretadas con el arpa, la joven quería demostrarme que durante las vacaciones de verano no había perdido su tacto con las cuerdas del arpa. Era agradable escuchar el delicado sonido del arpa, y Annabella interpretaba con una dulzura que parecía como si esta música fuese interpretada por los mismos ángeles, más tarde se le unió Carlos al piano, ambos hacía una muy buena pareja musical, se compenetraban muy bien, como si llevaran toda la vida tocando juntos.
- Deliciosa melodía la que están interpretando vuestro hijo y mi nieta.- me comentó la orgullosa abuela, casi en un susurro.
- Pues sí, verdaderamente lo hacen muy bien.- le respondí.
- Esta escena me trae a la memoria las veces que vos y mi hija interpretabais juntos.- me dijo.
- Es lo mismo que me ocurre a mí.- le repliqué.- Cada vez que los escucho me vienen a la cabeza esos agradables recuerdos, me encantaban esos momentos junto a Ella.
- Yo también era muy feliz viendo como tocabais los dos juntos.- me dijo la Madre de Ella.- Al igual que ahora me siento feliz de ver a estos dos jovencitos interpretando juntos.
- Además de sentirme feliz de escucharles,- comenté.- me siento orgulloso de lo bien que lo hacen, ambos son mis alumnos más aventajados, y como su profesor me siento orgulloso de ellos.
Una vez que los jóvenes terminaron su obra musical, los cuatro adultos le aplaudimos por tal interpretación, la ovación duró unos minutos lo que provocó que se dibujase unas amplias sonrisas en los rostros de los jóvenes artistas, que saludaban una y otra vez haciéndonos unas reverencias, lo que parecía tan divertido que al final todos reíamos a carcajadas.
Una vez concluida la velada Juan, María, Carlos y yo nos despedimos de nuestra anfitrionas, agradeciéndoles por tan deliciosa cena y por los agradables momentos que habíamos pasado en su casa, prometiéndoles volver a repetir esta experiencia en un futuro muy próximo.
Una vez en la intimidad de mi alcoba, tumbado sobre la cama, contemplando el techo, reflexionaba sobro todo lo ocurrido este día.
- Sé que estáis aquí, puedo oler vuestro perfume.- dije en voz alta.
- ¡Buenas Noches, Amor Mio!- me saludó Ella.
- ¡Buenas Noches, Cariño!- le devolví el saludo.- ¿Que tal ha sido vuestro cumpleaños?
- ¡Perfecto, ha sido perfecto!- me respondió.- He tenido los mejores regalos, os tengo a vos y he podido ver a mi querida Madre.
- No sabéis cuanto me alegro por vos.- le comenté.- Me encanta veros así de feliz y contenta.
- Y todo ello os lo tengo que agradecer a vos.- me agradeció acercándose y dándome un beso en los labios.- Vuestro consejo me ha servido de mucho.
- Vuestra Madre ya me ha hablado de ello.- le comenté.- Estaba tan contenta porque la hayáis visitado en sus sueños, la ha hecho muy feliz.
- No solo ha sido eso.- me dijo.- La cena con todos ustedes también le ha hecho muy feliz.
- Nunca hubiese rechazado una invitación así.- le dije.- Ya sabéis que le tengo mucho cariño a vuestra Madre.
- Os tengo que agradecer mucho lo que hacéis por mí y lo que hacéis por mi querida Madre.- me agradeció Ella.
- Siempre me ha gustado ver feliz a la gente que quiero.- le informé.- Pero a vos no solo os quiero, OS AMO Y OS AMO MÁS QUE A MI PROPIA VIDA, PORQUE VOS SOIS MI VIDA.
- No digáis eso, ahora tenéis un hijo, y también tenéis a vuestro lado a Juan y a María.- señaló.
- Y también me siento contento por tenerlos cerca de mí, a todos ellos también les quiero mucho.- le comenté.- Pero si vos no hubieseis estado a mi lado, quizás mi vida hubiese tomado otros rumbos. Yo si que os doy las gracias por estar junto a mí.
- Estoy junto a la persona que amo.- me dijo dándome otro beso.- No tenéis que darme las gracias por ello.
Ella se tumbó en la cama junto a mí y me abrazó con fuerza. Yo también me abracé a Ella y en esta postura me quedé dormido. Fue un día agotador, pero también un día muy feliz para todos, en definitiva fue un gran día.
Unos días después el nuevo curso comenzó y todo volvía a ser trabajo y más trabajo en el Colegio y en el Conservatorio. Las vacaciones se habían terminado y nuestras vidas volvían a ser un poco más estresantes, pero era algo que no me importaba me gustaba sentirme así, me entusiasmaba dar clases y me agradaba sentirme ocupado.
Los días pasaban y poco a poco se acercaban las fechas navideñas, y estaba pensando en celebrar un baile para la celebración de la Navidad. Pensaba celebrar este baile en la Hacienda, y María junto a algunos profesores y profesoras me estaban ayudando de muy buen grado en estos menesteres.
Pero algo raro le notaba a María, no parecía sentirse muy bien ultimamente, parecía como si estuviese enferma y como más débil de lo normal. Cierto día cuando quedaban pocos días para las vacaciones Navideñas, noté como María comenzaba a sentirse mal en los pasillos del Colegio, al verla así me dirigí hacia ella.
- María no tenéis buena cara, parecéis enferma.- le dije.- Si no os encontráis bien, volved a casa y tomaros el día libre.
- No, estoy bien, no me pasa nada.- me dijo María.
- No podéis engañarme, tendríais que visitar al médico.- le aconsejé.
- No os preocupéis tanto.- me dijo con una sonrisa.- Os repito que me encuentro bi....
En ese preciso momento sin terminar María de hablar sus ojos se volvieron blancos y se desplomó, por fortuna estaba lo suficientemente cerca como para agarrarla antes de caer al suelo. Tomé a María que estaba inconsciente en brazos, y me dirigí a mi despacho, por allí andaba Soledad, la profesora de violín, y le pedí a esta que avisara a algún sirviente para que buscase al doctor, lo más urgentemente posible, Soledad corría por los pasillos obedeciendo mi petición.
Recosté a María en un sofá que había en mi despacho, y por mucho que intentaba despertarla María no respondía a mis suplicas. Unos minutos después Soledad llegó a mi despacho portando una palangana con agua fría y un paño.
- Ya han salido en busca del doctor, Señor.- me informó Soledad mientras dejaba la palangana sobre la mesa cercana al sofá.
- Gracias Soledad. María sigue sin reaccionar.- dije angustiado, arrodillado junto a María.
- Por favor, dejadme que me ocupe de María.- me pidió Soledad, que estaba empapando el paño en el agua fría.
- Ocupáos de ella, yo solo sería un estorbo.- le dije dejándole espacio para acercarse a María.
Soledad refrescó la frente de María con el paño húmedo y poco a poco María volvió en sí.
- ¿Que ha pasado?- preguntó María al despertarse.
- Os habéis desmallado.- le respondió Soledad.
- Menudo susto nos habéis dado.- le dije cogiéndola de la mano.
- Lo siento.- se disculpó María.- No era mi intención haceros pasar un mal rato.
- No seáis necia, no os disculpéis por estar enferma.- le dije.- Hemos avisado al médico y en breve estará aquí.
- ¿Como se encuentra María?- preguntó Encarna, la profesora de literatura, que entró corriendo en el despacho muy preocupada.
- Ya está despierta.- le respondí.- ¿Podrías ir a avisar a Juan? Por favor.
- Claro que sí, enseguida voy.- respondió Encarna.
- ¡Esperad!- gritó María.- Por favor, no le aviséis a Juan.
- ¡¿Pero María?!- exclamó Soledad, a todos nos había sorprendido esa petición.
- ¡Por favor!- volvió a pedir María.
- Esta bien María, será como vos queráis.- le concedí.
Poco tiempo después llegó el médico, en realidad era una joven médica, nueva en la Villa, llamada Mónica, esta doctora me hizo salir del despacho, solamente permitió a las damas estar en el despacho mientras reconocía a María. Yo esperaba nervioso fuera del despacho mientras examinaban a María.
Tras unos minutos de espera que a mí me parecieron eternos, la doctora salió de mi despacho.
- ¿Como se encuentra?- pregunté a la doctora abordándola muy nervioso.
- Se encuentra bien, no es nada grave.- me respondió la doctora.
- Disculpad mis modales, la preocupación me mata.- me disculpé.- Mi nombre es...
- Ya sé quien sois, Señor, aunque nunca nos hemos visto antes. Me llamo Mónica.- se presentó con una sonrisa.
- Gracias por venir tan deprisa.- le agradecí devolviéndole la sonrisa.- ¿Como está la paciente?
- Está bien, pero en su estado debe llevar una vida más tranquila y no esforzarse mucho.- me respondió amablemente.
- ¿En su estado?- pregunté deseoso de saber.
- Está embarazada, de unos dos meses.- me contestó volviendo a sonreirme.
- Pero que buena noticia.- exclamé lleno de júbilo.
Acompañé a la doctora hasta la salida y le pagué sus honorarios, pedí a uno de los sirvientes que acompañase a la doctora Mónica hasta la Villa. Después volví corriendo hasta mi despacho. Las tres mujeres estaban muy contentas por la noticia, y tanto Soledad como Encarna felicitaban a María.
- Enhorabuena, María.- le felicité.
- Gracias, era algo que ya sospechaba.- me dijo María.- Pero debo pediros algo.
- Pedidme lo que queráis.- le otorgué a María.
- Dejad que sea yo quien se lo cuente a Juan.- pidió.
- Desde luego, debéis ser vos quien le dé esa noticia a Juan.- le concedí.- Todos guardaremos silencio.
Las dos profesoras asintieron con la cabeza, guardando el secreto de su embarazo.
- ¿Cuando pensáis contárselo a Juan?- preguntó Soledad.
- He pensado hacerlo en el baile de Navidad.- contestó María.
- ¡Que estupenda idea!- exclamó Encarna.
Pocos días quedaban para el baile, me parecía muy bien que María fuese quién le diese a Juan esa gran noticia y la verdad que el hacerlo durante el baile me parecía una genial idea. Sé que a Juan le haría muy dichoso el ser padre, esa noticia hace dichoso a cualquier hombre.
La casa estaba engalanada para el baile y fueron repartidas muchas invitaciones entre las gentes de la Villa, muchas de alto postín y otras de no tan alto rango, también fueron mandadas invitaciones a las familias de los alumnos pero pocas fueron las que confirmaron su asistencia, la distancia era un gran obstáculo para poder venir. Pero por lo demás fueron confirmadas muchas asistencias.
La gente disfrutaba del baile, una orquesta tocaban bellas melodías que los invitados al baile bailaban, Carlos bailaba con Annabella, la Madre de Ella lo hacía con el Alcalde de la Villa, María lo hacía con Juan. No podía evitar dejar de observar a María, que lucía radiante con un hermoso vestido de color rojo, esperaba el momento el cual le contase a Juan la gran noticia, y al parecer no era el único, Encarna y Soledad no apartaban la mirada de la pareja.
- ¡Buenas Noches, Señor! Es un fantástico baile.- me dijo una voz que me hizo dejar de mirar a Juan y a María.
- ¡Buenas Noches, doctora!- saludé a quién me hablaba.
- Gracias por la invitación.- me agradeció la doctora.- Por favor, llamadme Mónica.
- De nada,... Mónica, es un placer teneros en mi casa.- le dije.- Estáis muy bella esta noche.
- Sois muy galante.- agradeció Mónica mi cumplido.- ¿Os apetece bailar?
- Será todo un honor bailar con vos.- le contesté extendiéndole la mano para acompañarla a la pista de baile.
Mónica y yo salimos a la pista y estuvimos bailando algunas piezas, y parecía que eramos el centro de atención, pues todos nos observaban y parecían comentar lo que estaban viendo, los cotilleos inundaron el salón. Pero yo seguía atento a María y Juan.
- Juan, he de contaros algo.- le dijo María a su esposo.
- Pues, vos diréis, querida.- replicó Juan.
- Ya sabéis que llevo unos días sintiéndome mal.- comenzó a contar María.
- Si, que lo sé, me tenéis preocupado.- dijo Juan.- Deberíais visitar al médico, y no dejarlo más.
- Ya me ha visitado el médico.- le informó María.
- ¿Estáis enferma?, ¿estáis bien?- preguntó Juan muy preocupado.
- No es nada grave, solo es que, es que....- María hablaba muy nerviosa.
- ¿Que es lo que os pasa?, me estáis alarmando.- preguntó Juan con mucha preocupación.
- Es que estoy esperando un hijo.- reveló María.- Vamos a ser padres.
Al recibir esta noticia Juan se quedó de piedra, inmóvil en mitad del baile, lo que hizo que todos prestáramos atención a la pareja. Juan seguía sin mover un músculo y sin articular ninguna palabra. María observaba a su marido esperando alguna palabra suya, pero Juan no hablaba, permanecía de pie sin moverse, como si fuese una estatua. María al contemplar la actuación de Juan, y ver la reacción de todos los invitados al baile, ya que todos habían dejado de bailar y estaban contemplándolos a los dos, las lágrimas inundaron los ojos de María, y ésta salió corriendo del salón y subió corriendo las escaleras que conducían a la planta superior de la casa, donde estaban los dormitorios. Pero lo más extraño es que Juan seguía allí, en mitad del salón, sin ni siquiera pestañear. ¿Como se había tomado Juan esta gran noticia?

LA ALQUIMIA DEL AMOR, DE JOHN DONNE.


Algunos que han excavado más profundo que yo
En las sórdidas cavernas del amor,
Dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
He amado, he poseído, he contado,
Pero aunque amase, poseyese y contase hasta envejecer,
Aquel oculto misterio no hubiese encontrado.
¡Oh, todo es impostura!
Ningún alquimista ha conseguido el elixir,
Sin embargo con paciencia glorifica sus calderos,
Por si la casualidad
Le asalta con aromáticas medicinas,
Así sueñan los enamorados,
Con un deleite pleno y prolongado,
Para que esta triste y helada oscuridad
Se transforme en una noche de verano

¿Habremos de entregar nuestra paz, coraje, honor y vida
A esta burbuja de vanas sombras?
¿En esto termina el amor?
¿Puede ser alguien feliz representando la parodia del novio?
Aquel infeliz enamorado que jura
Que no es de ella la médula carnal lo que ama,
Sino su mente, donde angelicales formas encuentra,
También podría jurar con justicia que escucha
Durante el rumor del día el brillo de las estrellas.
No esperes encontrar compasión en la mujer,
Tal vez halles ingenio y ternura,
Sólo momias: cadáveres de la dulzura.

viernes, 23 de diciembre de 2011

¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

LLEGADAS ESTAS ENTRAÑABLES FECHAS QUISIERA DESEARLES A TODAS AQUELLAS PERSONAS QUE VISITAN ESTE BLOG, UNAS FELICES FIESTAS REPLETAS DE CARIÑO, AMOR Y PAZ!!!

QUE SEAN FELICES CON SUS SERES QUERIDOS, QUE TODOS SUS DESEOS SE VEAN CUMPLIDOS Y QUE SANTA CLAUS LES TRAIGA MUCHOS REGALOS!!!

DISFRUTEN DE LA VIDA CADA DÍA!!!


¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!! 


jueves, 22 de diciembre de 2011

TU AMIGO EL VAMPIRO, DE EL CONDE DE LAUTRÉAMONT.


Sí, os supero a todos en mi innata crueldad, que no estuvo en mi mano reprimir. ¿Es esta la razón por la que estáis todos postrados frente a mí? ¿O bien el estupor de verme, fenómeno inaudito, recorrer como horrible cometa el espacio ensangrentado?.

Una lluvia de sangre brota de mi cuerpo inmenso, semejante a una nube negra que empuje ante sí el huracán. No temáis nada, hijos míos. No quiero maldeciros. El mal que me habéis ocasionado es demasiado grande; demasiado grande el mal que yo os he ocasionado, para que sea intencional. Vosotros habéis recorrido vuestro camino y yo el mío, ambos semejantes, ambos perversos. Era natural encontrarnos, dada nuestra afinidad. El choque que ha seguido al encuentro nos ha resultado recíprocamente fatal”.

Al llegar a este punto, los hombres empezarán a levantar las cabezas, adquiriendo de nuevo valor, y, para ver quién esta hablando, alargarán el cuello igual que caracoles. De repente, su rostro alterado, descompuesto, se deformará en una mueca tan monstruoso que incluso los lobos quedarán aterrorizados. Todos a la vez, los hombres se enderezarán de golpe, como un muelle gigantesco. ¡Cuántas imprecaciones!¡Qué clamor de voces! Me han reconocido. Y he ahí que los animales terrestres se unen a los hombres y hacen oír sus extraños alborotos. Ningún odio divide ya a ambas razas. El odio de cada uno está dirigido contra el enemigo común: yo. El consentimiento universal les une. Vientos que me estáis transportando, levantadme todavía más alto: temo la perfidia. Sí, desaparezcamos, poco a poco de su vista... Adiós, viejo, y piensa en mí, si me has leído...; y tú, joven, no desesperes. En efecto, tienes en el vampiro a un amigo, aunque seas de otra opinión. Si además, tienes en cuenta el ácaro sarcopto que te pega la roña, ¡tendrás dos amigos!

miércoles, 21 de diciembre de 2011

EL CORSARIO, DE LORD BYRON.


En el fondo mi alma lleva un tierno secreto
solitario y perdido, que yace durmiendo;
pero a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
como antes sufre y tiembla de amor, desesperado.

Ardiendo en pausada llama, eterna pero oculta,
hay en su centro como una candela fúnebre,
pero su luz parece no haber brillado jamás:
ni alumbra ni combate mi oscura situación.

¡No me olvides!... Si algún día pasas por mi tumba,
tu pensamiento reclina apenas en mí, perdido.
El dolor que mi pecho no venciera, el único,
es pensar que en el tuyo pudiera encontrar olvido.

Escucha, alucinadas, tímidas, mis últimas palabras-
la virtud a los muertos no niega esa merced;
dame... cuanto pedí. Dedícame una lágrima,
¡la sola recompensa en pago de tu amor!...

martes, 20 de diciembre de 2011

LA ANTIGUA RAZA, DE H.P. LOVECRAFT.


Providence, 2 de noviembre de 1927
Querido Melmoth:

¿Así que estás terriblemente ocupado tratando de descubrir el sombrío pasado de aquel insufrible joven asiático llamado Varius Avitus Bassianus? ¡Pufí! ¡Hay pocas personas que aborrezca más que a esa maldita ratita Siria! Yo mismo he sido transportado hace poco a los negros tiempos romanos a causa de mi reciente lectura del Aenied, de James Rhoades, en una traducción que no había leído nunca, más fehaciente para P. Maro que cualquier otra versión, incluyendo la de mi tío, el doctor Clark, que aún no ha sido publicada.

Esta diversión virgiliana, unida a los espectrales incidentes y acontecimientos de la fiesta de Difuntos con sus ceremonias brujeriles en las colinas, me provocaron la noche del lunes pasado un sueño muy vivido y claro desarrollado en los tiempos de los romanos, con tales connotaciones terroríficas que estoy seguro algún día plasmaré en papel. Los sueños sobre los romanos no eran infrecuentes durante mi infancia —generalmente seguía al divino Julio arrasando las Gallas, convertido en un Tribunus Militum—, pero hacía tanto tiempo que no tenía uno que éste me ha impresionado mucho.

Atardecía en un crepúsculo rojizo en la ciudad provinciana de Pómpelo, a los pies de los Pirineos en la Hispania Citerior. El año que trascurría era uno de los del final de la República, ya que la provincia aún estaba gobernada por un procónsul senatorial en vez del legado de Augusto, y el día era el primero de noviembre. Las colinas se erguían rojizas y doradas al norte de la pequeña ciudad, y el sol lucía oblicuo sobre las piedras recién colocadas de los edificios enormes del foro y las paredes de madera del circo, hacia el este. Grupos de ciudadanos — colonos de Roma y nativos romanizados de negros cabellos, junto con gentes mestizas por las uniones entre ellos, vestidos con suaves túnicas— y legionarios armados y hombres de negras barbas llegados de las cercanas tribus de los vascones, caminaban por las calles y el foro con una especie de pasividad vaga e indefinida. Yo mismo acababa de bajarme de una litera que los portadores ilirios habían traído, a través de Iberia, desde Calagurria.

Creo que yo era un cuestor provincial llamado L. Caelius Rufús, y que había sido llamado por el procónsul, P. Scribonius Libo, cohorte de la XII legión, bajo la tribuna militar de Sex. Asellius; el legado de toda la región, Cr. Balbutius, también había venido desde Calagurria, donde se hallaba permanentemente.

La causa de la reunión era un horror que pululaba en las colinas. Los ciudadanos estaban aterrorizados, y habían solicitado la presencia de una cohorte de Calagurria. Estábamos en la terrible estación del otoño, y la gente salvaje de las montañas se preparaba para las aterradoras ceremonias de las que sólo llegaban rumores a la ciudad. Ellos eran la antigua raza que habitaba en lo más alto de las colinas y que hablaban un cortante lenguaje que los vascones no podían entender. Rara vez se los veía; pero algunas veces al año enviaban mensajeros de ojos pequeños y amarillentos (que parecían escitas) para traficar con los mercaderes por medio de señas; y todos los otoños y primaveras realizaban sus ritos ancestrales en los picos de las montañas, y con sus gritos y fogatas aterrorizaban a los ciudadanos de las villas. Siempre era igual; la noche anterior al inicio de mayo y la noche anterior al inicio de noviembre. Mucha gente podía desaparecer antes de esas fechas para no ser vista nunca más. Y había ciertos rumores acerca de que los pastores y agricultores nativos no estaban mal dispuestos con aquella antigua raza, y que más de una cabaña de campesinos se hallaba vacía aquellas noches sabáticas.

Aquel año el horror fue grande, pues la gente sabía que las miras de la antigua raza apuntaban a Pómpelo. Tres meses antes, cinco de aquellos hombres de mirada furtiva habían llegado de las colinas, y tres de ellos habían sido asesinados en el mercado. Los dos restantes habían vuelto a sus colinas sin decir una palabra; y aquel otoño ni un solo lugareño había desaparecido. No era lógico. No era corriente que la antigua raza perdonara a sus víctimas para el Sabbath. Era demasiado bueno para ser normal, y los habitantes estaban asustados.

Durante muchas noches hubo batir de tambores en las colinas, y finalmente el edil Tib. Annaeaus Stilpo (de sangre nativa) había llamado una cohorte de Balbutius, en Calagurria, para acabar con el Sabbath de aquella horrible noche.

Balbutius había rechazado de plano los temores de los ciudadanos, y aseguraba que los terribles ritos de la gente de las colinas no tenían nada que ver con los ciudadanos romanos. Yo, sin embargo, que debía ser un amigo cercano de Balbutius, estaba en desacuerdo con él; argumenté que había estudiado detenidamente la negra, prohibida ciencia, y que creía que la antigua gente sería capaz de lanzar alguna maldición impronunciable sobre la ciudad, que ante todo era un asentamiento romano y cobijaba gran cantidad de ciudadanos nuestros. La comprensiva madre del edil, Helvia, era romana pura, hija deque los vascones no podían entender. Rara M. Helvius Cinna, que había llegado con la armada de Escipión. De forma que envié un esclavo – un pequeño griego llamado Antípater— al procónsul con una serie de cartas; y Escribonius atendió mis ruegos y ordenó a Balbutius que enviase la quinta cohorte, bajo el mando de Asellius, a Pómpelo; aconsejando que recorriese las colinas la primera noche de noviembre y cogiese todos los prisioneros que interviniesen en esas orgías sin nombre, trayéndolos a Tarraco. Balbutius, sin embargo, había protestado, por lo cual hubo más intercambio de correspondencia.

Yo había escrito tantas veces al procónsul que éste llegó a interesarse profundamente en el tema, y decidió intervenir personalmente en el horrible asunto.

Finalmente se dirigió a Pómpelo con su consejero y asistentes personales; allí escuchó los suficientes rumores como para preocuparse, y decidió acabar con aquellos ritos. Deseoso de ser acompañado por alguien que hubiese estudiado el tema, me ordenó que acompañase a la cohorte de Asellius; Balbutius también vino con nosotros para insistir en sus creencias, pues él pensaba sinceramente que las acciones militares drásticas podrían desarrollar un resentimiento peligroso en contra de los vascones. De esta forma nos hallábamos en el místico crepúsculo de las colinas otoñales: el viejo Escribonius Libo con su toga de mando, los rayos dorados reflejándose en su cabeza lisa y en su rostro de halcón.

Balbutius con su casco resplandeciente, con los labios contraídos en una mueca de oposición; el joven Asellius con sus maneras graves y su aire de superioridad, y la curiosa mezcolanza de gentes, legionarios, aldeanos, paseantes, esclavos y criados. Yo mismo llevaba una simple toga, sin ningún distintivo especial.

Y por todos sitios se hacía patente el horror. Las gentes de la ciudad no se atrevían a hablar en voz alta, y los hombres del cortejo de Libo, que llevaban aquí una semana, parecían haber adquirido algo de esas tétricas maneras. Incluso el viejo Escribonius parecía muy serio, y las fuertes voces de los que habíamos llegado después sonaban inapropiadas, como si estuviéramos en un lugar de muerte o en el templo de algún dios mítico. Entramos en el praetorium y nos entregamos a una grave conversación. Balbutius presentó sus objeciones, y fue apoyado por Asellius, que parecía ser muy contemplativo con los nativos a la vez que creía inoportuno excitarlos. Ambos soldados mantenían que era mejor afrontar los miedos de los pocos nativos colonizados no haciendo nada que levantara las iras de los muchos pobladores y lugareños de las colinas acabando con sus ritos ancestrales. Yo, en cambio, mantenía que debíamos entrar en acción, y me ofrecí voluntario para una posible expedición.

Apunté que los salvajes vascones eran como poco turbulentos e inciertos, de tal forma que un encuentro armado con ellos era inevitable más pronto o más tarde, fuesen cuales fuesen los cuidados que dispusiéramos; que en el pasado no habían demostrado ser serios adversarios a las legiones romanas, y que podría ser peligroso que los mandos de la Roma imperial no tomasen medidas para proteger a sus ciudadanos. También dije que el éxito de la administración de una provincia dependía en primer lugar de la seguridad de los elementos civilizados en cuyas manos descansaban los resortes del comercio y la prosperidad, y por cuyas venas circulaba la sangre del pueblo romano. Estos elementos, aunque eran minoría, daban estabilidad al conjunto, y su cooperación mantenía firme el poder en la provincia del Imperio, del Senado y la gente de Roma. Era materia primordial proteger a los ciudadanos romanos; incluso (y aquí lancé una mirada sarcástica a Balbutius y Aselius) aunque fuese necesario algo de actividad y se interrumpiesen las fiestas y banquetes en el campamento de Calagurria.

De acuerdo a mis estudios, no tenía ninguna duda de que el peligro sobre la ciudad y habitantes de Pómpelo era algo real. Había leído muchos manuscritos sirios, egipcios y de las crípticas ciudades de Etruria, y había hablado frecuentemente con los sacerdotes de Diana Aricina en su templo en los bosques que bordean el lago Nemorensis. Había ciertas maldiciones horripilantes que podían ser invocadas en las colinas la noche del Sabbath; maldiciones que no debían existir dentro de los límites de la nación romana; y no era menester permitir la realización de orgías que ya habían sido condenadas por A. Postumius que, cuando era cónsul, había ejecutado a muchos ciudadanos romanos por la práctica de bacanales; estos acontecimientos fueron recogidos por el senador consular de Bacanalia, que mandó esculpirlos en bronce y mostrarlos a las gentes.

Además, antes de que el poder de las invocaciones pudiesen traer algo material, el hierro de la pilum romana podría acabar con ellos, esta festividad no podía significar mucho para la fuerza de una simple cohorte. Sólo se necesitaría apresar a los participantes, y la liberación de los simples espectadores reduciría el resentimiento que pudieran haber adquirido los simpatizantes de los ritos de la antigua raza. Resumiendo, los principios políticos requerían acciones drásticas; y yo no albergaba ninguna duda de que Publius Escribonius, con su sentimiento de dignidad y sus obligaciones para con las gentes romanas, ordenaría avanzar a la cohorte, y a mí con ella, a pesar de las objeciones de Balbutius y Asellius; que, en verdad, hablaban más como provincianos que como ciudadanos romanos.

El sol se hallaba muy bajo ahora, y toda la ciudad parecía sumida en un fulgor irreal y maligno. Entonces el procónsul P. Escribonius dijo que estaba de acuerdo con mis consejos, y me emplazó en una de las cohortes con el rango provisional de centurio prímipilus; Balbutius y Asellius accedieron, el primero con mejor ánimo que el segundo.

Mientras el crepúsculo caía sobre los precipicios otoñales, un extraño, horrible batir de tambores se diseminó en la distancia con monótono ritmo. Algunos de los legionarios se estremecieron, pero las fuertes voces de mando les hicieron ponerse firmes; y pronto toda la cohorte fue conducida hacia el este desde el circo. Libo, al igual que Balbutius, insistió en acompañar a la cohorte; pero tuvimos gran dificultad para encontrar un nativo que nos mostrase las escabrosas sendas de las montanas. Por fin, un joven llamado Varcellius, hijo de romanos de sangre pura, accedió a llevarnos al inicio de las colinas. Comenzamos a caminar bajo la oscuridad creciente, con los rayos de una plateada luna luciendo sobre los bosques que se extendían a nuestra izquierda.

Lo que más nos inquietaba era el hecho de que el Sabbath fuera celebrado de cualquier forma. Las nuevas de que una cohorte se hallaba en camino deberían haber llegado a las colinas, incluso aunque la decisión hubiese sido otra que la tomada, el rumor debería haber sido igual de alarmante; sin embargo, los horribles tambores continuaban batiendo, como si los participantes tuvieran alguna razón peculiar para mostrarse totalmente indiferentes marcharan o no contra ellos las legiones romanas.

El sonido creció en intensidad según nos adentrábamos en las primeras cuestas de las colinas, con tupidos bosques rodeándonos por todos sitios, cuyos troncos adoptaban fantasmagóricas formas a la luz de nuestras antorchas. Todos iban a pie excepto Libo, Balbutius, Asellius, dos o tres centuriones y yo mismo; y poco a poco el camino se fue haciendo tan abrupto y estrecho que aquellos que teníamos caballos nos vimos forzados a dejarlos; dejamos una guardia de diez hombres para guardarlos, aunque las bandas de ladrones difícilmente se atreverían a actuar en semejante noche de horror. Después de media hora de marcha, escalando por escarpes y riscos, el avance llegó a hacerse muy dificultoso para una fuerza tan grande de hombres -unos trescientos— que se veían obligados continuamente a atravesar dificultades rocosas.

Y entonces, con una claridad horrible, escuchamos un sonido helador que provenía de abajo de nosotros. Llegaba del lugar donde habíamos dejado a los caballos; gritaban… no relinchaban, sino que gritaban… y no se veía ninguna luz, no se oía el sonido de voces humanas, que pudiesen indicar qué estaba sucediendo. En el mismo momento, cientos de fuegos se encendieron en los picachos que estaban sobre nuestras cabezas, de tal forma que el horror parecía venirnos tanto de arriba como de abajo. Dirigimos la vista hacia nuestro joven guía Varcellius y sólo pudimos contemplar una cabeza cortada en mitad de un charco de sangre. En su mano lucía una corta espada que había cogido del cinturón de D. Vinulanus, un subcenturio, y su rostro mostraba tal expresión de horror que incluso los más aguerridos veteranos se pusieron lívidos con su sola contemplación. Se había matado a sí mismo al escuchar los gritos de los caballos… él, que había nacido y vivido toda su vida en la región, y conocía qué clase de hombres murmuraba acerca de las colinas.

Las antorchas empezaron a apagarse, y los gritos de los espantados legionarios se mezclaron con los de los caballos. El aire se tornó perceptiblemente más frío, más de lo normal para los primeros días de noviembre, y parecía batir con terribles vibraciones que yo no me atrevía a conexionar con el zumbido de los tambores. Toda la cohorte permaneció quieta, y, cuando las antorchas terminaron de apagarse, contemplé unas sombras fantásticas que se dibujaban en el cielo sobre la luminosidad de la Vía Láctea, como si proviniesen de Perseus, Casiopea, Cefeus y Cygnus.

De pronto, todas las estrellas se esfumaron del cielo, incluso las brillantes Vega y Deben, así como la solitaria Altair y Fomalhaut. Las antorchas se apagaron completamente, todas a la vez, y sobre la cohorte aterrada y aullante sólo quedó el desconcierto y la luminosidad de los horribles fuegos que ardían en las cumbres; un infierno rojo, y la silueta de las formas imposibles y colosales de bestias tan innombrables que ni los sacerdotes prigios ni los hechiceros se han atrevido a murmurar en su más alocadas historias.

Y por encima del clamor de los gritos de hombres y caballos el demoniaco batir de los tambores se incrementó, mientras que un viento salvaje y helado barría las cumbres llevando consigo el terror, sacudiendo a cada hombre por separado hasta que la cohorte se dispersó gritando en la oscuridad, como si se enfrentasen a los designios de Laocoon y sus hijos. Sólo el viejo Escribonius parecía resignado. Pronunció unas quedas palabras que pude escuchar claramente entre aquel clamor, y aún resuena su eco en mi cerebro. –Malibia vetus; malihia vetus est… venit… tándem venit…”.

Y entonces desperté. Fue el sueño más vivido que he tenido desde hace años, superpuesto en mi subconsciente sobre lugares y cosas olvidadas. No existe ninguna crónica del destino de aquella cohorte, pero la ciudad, al menos, fue salvada; las enciclopedias hablan de la existencia de Pómpelo en nuestros días, cuyo nombre español contemporáneo es Pompelon (Pamplona)...

Siempre tuyo por la Supremacía del Godo: G. lulius Verus Maximinus.

sábado, 17 de diciembre de 2011

BLANCO EN LA LUNA, DE A.E. HOUSMAN.

 

Blanco en la luna el largo camino corre,
El disco erguido y pálido alrededor,
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.

Todavía cuelga el seto sin una ráfaga,
Todavía, todavía permanecen las sombras:
Mis pies sobre el polvo deslumbrante
Persiguen el camino incesante.

El mundo es circular, así dicen los caminantes,
Y aunque se afanen en una ruta derecha,
Trabajosa, penosamente en una marcha estrecha,
El mismo camino los traerá de vuelta.

Pero antes de que el círculo me traiga al hogar,
Lejos, lejos debe transitar:
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.

viernes, 16 de diciembre de 2011

ECOS DE LA CASA DEL AMOR, DE WILLIAM MORRIS.

 

El Amor nos regala cada don que nos permite vivir.
El Amor nos roba cada don que nos evita sufrir.

El Amor desata los labios en palabras de vanidad.
El Amor ata los labios cuando se dice una verdad.

El Amor aclara los ojos que de otro modo serían fríos.
El Amor ciega los ojos de todos, salvo los tuyos y los míos.

El Amor torna la vida en dicha, hasta que nada tengamos que desear.
El Amor torna la vida en desdicha, hasta que en vano podamos desear.

El Amor, que todo lo cambia, que nunca arrebate mi candor.
El Amor, que todo lo cambia, que me libere de este dolor.

El Amor quema al mundo en un inmutable cielo de placer.
El Amor quema al mundo en una cambiante tumba en donde yacer.

Y allí nosotros dos fuimos abandonados, sin necesidad de trabajar.
Y allí fui sólo abandonado, sin que nadie me llegue a extrañar.

Yo te elogio, Amor, pues la felicidad ha triunfado!
¿Es esta plegaria suficiente para curar mi corazón destrozado?